Oh Señor: Soy ese barro sin figura al que tú le das forma continuamente. ¡Estoy adolorido, este proceso me está costando demasiado! Y aunque siento quebrados los pedazos de mi vasija… Sé bien que vale la pena atravesar este proceso porque me tienes en tus manos.
Los seres humanos tratamos de entenderte, pero realmente nos quedamos cortos en nuestros pensamientos y conclusiones. Tú siempre ves más allá, muy profundo, muy adentro. Nosotros solo vemos pequeñas partes que no siempre interpretamos bien.
Una y otra vez me rompo y una y otra vez me recoges y me vuelves a hacer. Y pienso:
“¿Qué voy a hacer Señor?
¿Qué será de mí?
¿Lograré soportarlo?”
¿Cuánto más falta? Y tú con tu voz suave y dulce me contestas:
“Que sea paciente, que aunque ahora no lo vea, ni lo entienda y mucho menos me parezca, quedaré muy hermoso y que el final será grandioso.
¡Dios mío, yo soy el barro y tú el Alfarero! Solo deseo que tu gloria se manifieste cada día en mi vida. Que la gloria y el poder sean para ti siempre. Que no sea yo, sino que seas tú por mí y a través de mí.
¡Todo saldrá bien! Me grita una voz desde mi interior. “Que no te importe la niebla, la noche, ni la sombra. Que no te inquiete, ni te abrume este desierto. Que estar en tus manos siempre es muy seguro. Que mientras tu llama arda en mí, jamás este amor será extinguido”. Tú eres la llama, yo soy la antorcha. Me duele, pero me estás dando tu forma. Dame la fuerza, dame resistencia y seré tu obra, una vasija y un recipiente hermoso.
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